Rafael León



(Rafael León, primero por la izquierda. Los otros son Abelardo Linares, José Luis Tejada, María Victoria y Fernando Ortiz. Granada, 1979)




Solamente hoy me entero del fallecimiento en Málaga del poeta, maestro impresor, fondista, bibliófilo y caja de sorpresas que fue Rafael León Portillo. Igual me pasó con su maestro y mío Alfonso Canales. Algo de lo mucho que hoy podría decir de él está dicho hace años, cuando la vida nos sonreía a María Victoria, a él, a mí y a todo cuanto nos rodeaba en su mágico mirador del Paseo de la Farola.

Cherchez l’homme


Mis primeras noticias literarias de María Victoria Atencia fueron a través de la revista Caracola, en la que además colaboraba su novio Rafael León. De ellos el primero que me habló fue José Luis Tejada, que los había conocido y frecuentado en un viaje a Málaga y que me mostró incluso un retrato de María Victoria, no recuerdo si dedicado. Rafael León le publicó además a Fernando Quiñones su primer libro: Ascanio o el libro de las flores, y fue tan primorosa la edición que le escribí proponiéndole que me publicara a mí La calle de la Luna. Aún estoy aguardando su contestación.
Poéticamente convivimos mucho en Caracola sin conocernos ni tratarnos. En el verano de 1970 pasé unos días en Fuengirola en casa de José Luis Cano, y una noche fuimos a Málaga a un recital de Narciso Yepes. Al salir pasamos un momento por el hotel Málaga Palacio y allí me presentaron a un joven muy bien parecido y mejor trajeado, con una pierna levemente flexionada y ese buen color que pone en la juventud el mar del verano, que en el breve espacio de unos cinco minutos se las arregló para soltar todos los disparates y las inconveniencias que otro cualquiera en su caso proferiría a lo largo de toda una larga vida. Era Rafael León. Rafael León procuraba diferenciarse de su cuasi homónimo el sevillano Rafael de León, y a fe que lo lograba con una poesía enjuta, escueta y críptica que rehuía “la apariencia de un vano arte sonoro”. Cada uno de sus breves poemas era un emblema barroco grabado a punta seca. Frente y contra la facilidad popular de Rafael de León - o de José Luis Tejada - Rafael León era un poeta emblemático y difícil. Al mismo tiempo era impresor, dentro de la prestigiosa tradición malagueña de la antigua Litoral. A mediados de los 60, viviendo yo todavía en Ginebra, tuve ocasión de reseñar para la revista Indice un librito editado por él: las Poesías de Cavafis traducidas por Elena Vidal y José Angel Valente.
En el verano de 1976, el jesuita Muñiz Romero me organizó un par de lecturas poéticas en Málaga y Benalmádena. Fue una cosa muy extraña y, en los tiempos que corrían, bastante violenta. Fui alojado en el hotel Málaga Palacio y a la hora indicada comparecí en el patio de una casa palacio ante un público de cursos de verano que nada sabía de mí, pues nadie se tomó la molestia de presentarme. En el curso de mi charla, una señora me hizo la observación de que levantara la voz porque se me oía mal. Al concluir, se acercó a saludarme y se presentó. Era María Victoria.
Naturalmente yo sabía quién era, aunque nunca la había visto en persona y aunque llevaba unos quince años oficialmente apartada de la poesía. Ese reencuentro, en el que hay que decir que arrancó mi amistad con el matrimonio, coincidió además con la resurrección poética de María Victoria, que además aquel mismo año publicó dos libros importantes: Marta & María y Los sueños. Otra coincidencia que se produjo entonces fue la del enmudecimiento poético de Rafael, que se despidió de la afición con su Homenaje a Dioscórides, de ese mismo año de 1976, aunque tres años más tarde, en los pliegos de La Cónsula, nacieron tres plantas más que faltaban en su jardín botánico. Una de esas plantas -la gazania nívea - venía a depositarse sobre la tierra aún fresca que le era leve a Blancanieves, la hija de Bernabé Fernández Canivell.
En la filigrana de toda la poesía que en Málaga y fuera de Málaga se escribió en bastantes años está Fernández Canivell. Sin él no daba un paso Rafael ni, por consiguiente, María Victoria. Luego al trío se incorporó Pablo García Baena. Pablo y Bernabé eran los apóstoles inseparables de la poesía en Málaga, como siglos atrás lo habían sido de la fe de Cristo en la isla de Afrodita.
Otra voz poética que enmudeció en aquellos años fue la de Eugenia, la hija menor de María Victoria y Rafael, y fue como si todas las voces poéticas de la familia se fundieran en una: en la de María Victoria, que levantó el vuelo y dio muestras de una fecunda regularidad. Sin embargo, esta consagración de María Victoria a la poesía después de un eclipse de quince años, no se producía en menoscabo de sus virtudes domésticas ni, me atrevería a decir, sociales. En una época dominada por la procacidad feminista, María Victoria se afirmaba libro a libro sin dejar de ser gran señora ni madre de familia. Respetada y admirada en toda la ciudad, llevaba su hogar con un señorío de matrona romana, y en su hospitalidad no se sabía qué maravillaba más, si la armonía impecable o aquella sensación de que todo se hacía sin esfuerzo, como si quien lo hacía tuviera a su servicio un regimiento de criados o una legión de ángeles. Preguntarse cuándo cocinaba María Victoria era como preguntarse cuándo escribía o cuándo pilotaba aeroplanos. María Victoria era de esas personas a las que les sale bien todo cuanto hacen y además no les cuesta trabajo, o eso parece, porque, al menos en su poesía, la elegante serenidad, el tenso reposo eran los de una mar en calma en cuyas profundidades rugen borrascas imponentes; los de un cielo de verano que de pronto cruza una nube negra con un trueno en sus entrañas de oro. En María Victoria había, pues, un misterio y un secreto.
Cuando un hombre nos deja perplejo, decimos cherchez la femme; por eso, en el caso de María Victoria yo siempre he dicho cherchez l’homme, seguro además como siempre estuve de que el hombre no estaba muy lejos. Conozco pocas personas con una entrega tan total a la poesía como Rafael León. Rafael León vive con, de, en, por, si, sobre, tras la poesía, y es difícil concebir cómo alguien poseído de esa pasión y esa obsesión dejara en un momento determinado de escribir y publicar. José Luis Tejada sostenía que los versos de su hija Eugenia era él en realidad quien se los escribía, y yo le decía que no, que lo que sí era verosímil era que se los puliera y afinara. De esto no me cabe la menor duda desde que se me ocurrió dejarle el original de El engaño del zorzal para que me hiciera una lectura crítica antes de su publicación. Si yo hubiera hecho caso de todas sus observaciones, el libro a lo mejor pasaría por mío, pero en realidad habría sido de él. Por eso nada más lógico que María Victoria no publique un solo verso que no haya pasado por la criba rigurosa de Rafael. Yo creo que, cuando contrajeron matrimonio, Rafael, en lugar de decir “Sí, quiero”, “Me otorgo”, o lo que entonces fuera de rúbrica, debió de decir “Poesía eres tú”, porque la verdad sea dicha es que desde entonces fue incapaz de distinguir “Poesía” de “María Victoria” - ¿quién en su caso no incurriría en análoga confusión? - , de suerte que su dedicación poética no sería ni más ni menos que dedicación conyugal.
Rafael maestro impresor, Rafael fabricante de papel, Rafael diseñador de portadas, Rafael cuidador de ediciones; en esas actividades disimuló Rafael la misma actividad poética que otros, como Machado o Pessoa, encauzaron en apócrifos y heterónimos. Entre tanto María Victoria viajaba; María Victoria asistía a congresos; María Victoria leía ponencias; María Victoria presidía jurados y patronatos; María Victoria ingresaba en Academias; María Victoria recibía visitas de Estado; María Victoria cosechaba laureles con la misma naturalidad y falta de esfuerzo con que en su casa servía un ajo blanco o unas sopas cachorreñas.
Pero es que María Victoria tenía además un agente, un agente secreto, un agente que nadie podía sospechar, porque ¿a qué malagueño le puede caber en la cabeza que Rafael fuera un mago de las “relaciones públicas”? ¿Quién entiende los milagros? ¿Y quién que entienda de poesía puede ignorar que sin milagros, misterios, secretos y enigmas a la poesía no hay quien la entienda?
“Viñamarina”, 8 - 9 de abril de 1996


Comentarios

  1. ¡Vaya! Se me pasó esta entrada tuya en su día. Lamento mucho lo de Rafael León. Veré la manera de darle mi pésame más sentido a María Victoria.

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