Ixbiliah y Reyes Fuentes



LA MANO ESCONDIDA DE REYES FUENTES

Reyes Fuentes se fue de este mundo sin que la ciudad se conmoviera demasiado y de eso tuvimos la culpa sobre todo los que más le debíamos

EN los últimos tiempos se me ha dado la oportunidad de expresar urbiet orbi mi agradecimiento a mi ciudad natal. No era la primera vez. Ya hace años, en un homenaje que me organizaron unos amigos precisamente en la Peña Trianera, llegué a autodefinirme como un «peregrino en su patria y profeta en su tierra». Ese peregrinaje no ha sido siempre un camino de rosas, lo que ocurre es que, al contrario de lo que le pasaba al ciego Milton con su hermosa mujer, yo prefiero olvidarme de las espinas. En todas las rosas que me ha dado la ciudad hay manos que tienen nombre y apellidos, y entre ellas están las de María de los Reyes Fuentes, y si hoy la menciono cuando la cosa ya no tiene remedio es por no haber sabido en su día pagarle en l a misma moneda. Hay equivocaciones que no tienen vuelta de hoja y no hay mayor injusticia que exigirles a los demás lo que no nos exigimos a nosotros mismos.
Reyes Fuentes se fue de este mundo sin que la ciudad se conmoviera demasiado y de eso tuvimos la culpa sobre todo los que más le debíamos. Yo conocí a Reyes en un recital que dio en el Club La Rábida, lugar de presentación oficial de los poetas jóvenes de los años 50 y germen de una espléndida floración de revistas poéticas. La de Reyes Fuentes, Ixbiliah, fue blanca y verde, más por andalusí que por bética, pero por muy distintos que nos creyéramos los diversos grupos poéticos, todos acabábamos por entreverarnos unos con otros y con los otros grupos poéticos de ámbito nacional. Nada digamos de los poetas mayores consagrados; más de una revista —en Sevilla Ixbiliah y Aljibe— echaron a andar con carta-prólogo de Vicente Aleixandre y rara fue la que no publicó algo del torrencial y ubicuo Gabriel Celaya. Ixbiliah tuvo dos épocas como revista, pero una presencia magnífica como sello editorial, con obras tan significativas como la antología Sevilla de Juan Ramón Jiménez y Miserere, de José Luis Prado Nogueira, galardonada con el Premio Nacional de Literatura. Precisamente a Prado Nogueira estaba dirigido un poema de Gabriel Celaya incluido en el cuaderno de la segunda época de Ixbiliah que se abría con la carta de Aleixandre. Corría el año de 1957. En ese número, además de las de Aleixandre y Celaya, figuraban las firmas de Laffón, de Lasso de la Vega, de Juan Sierra, de Montesinos, de Manuel Mantero, de Julia Uceda, etc. etc.; la poesía italiana estaba representada por un bello poema titulado Siviglia, de Ettore Rognoni, que con el tiempo derivaría hacia el periodismo deportivo, y por dos excelentes traducciones de poemas de Aldo Palazzeschi hechas al alimón por el mismo Rognoni y Manuel García Viñó, fundador años atrás de la revista Guadalquivir y miembro a la sazón del consejo de dirección de Ixbiliah en unión de otros poetas como Antonio Luis Baena y Sebastián Blanch. También la poesía catalana estaba representada por el poeta y filólogo mallorquín Miguel Dolç, con versión castellana adjunta de su col ega López Estrada. La revista tenía el apoyo económico del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, del que Reyes era funcionaria. Mención especial merecen dos sonetos amorosos de la prolífica e incansable directora, en los que la solidez formal apoya una pasión vital de una fuerza más que viril en la que lo intenso del deseo y el dolor hace pensar en Sor Mariana Alcoforado, en Elisabeth Barret Browning… o en nuestra Gertrudis Gómez de Avellaneda, de la que alguien llegó a decir: «¡Es mucho hombre esta mujer!». Una tarde en el bar Coliseo me declamó un recitador ya fallecido llamado Campa un poema de Reyes en torno a un beso que ella, por la razón que fuera no quería que se difundiese. Es muy posible que la razón fuese de orden religioso, pues también por ese lado tenía una sólida formación, y puede decirse que toda su obra poética se desliza por esa difícil divisoria entre el misticismo y la sensualidad
Otro representado en ese número de Ixbiliah soy yo, que entonces me acababa de ir a Alemania dejando a Reyes Fuentes encargada de la edición en la Imprenta Municipal de mi primer libro La calle de la Luna. No sólo me gestionó ella como funcionaria municipal la publicación de ese librito, sino que fue ella quien me animó a presentarlo al Ciudad de Sevilla, en el que quedé finalista frente a Montesinos. Pero es que además, dos años después, hallándome de nuevo en Alemania, logré alzarme con el premio en el renglón de narrativa, y estoy seguro de que ella, que no sé si era secretaria del jurado, debió de tener su tanto de responsabilidad. Lo que cuento es una mínima parte de lo que Sevilla me dio a través de la mano escondida de Reyes Fuentes.
ABC (Sevilla) - domingo, 25 agosto, 2013

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